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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE PINA DE EBRO pinaescribe@gmail.com

DOMITILA A MI PESAR por José Manuel González

Domitila fue la primera esposa del emperador Vespasiano, el brillante romano al que se le ocurrió poner un impuesto por utilizar los urinarios públicos. Por eso los romanos empezaron a llamar vespasianos a los retretes en su honor y por eso al padre de mi madre, que trabajaba de mozo en los servicios de un cine, se le ocurrió ponerle ese pintoresco nombre que le marcó desde pequeña.

Un nombre, a veces, es una pesada carga. Cuando es un nombre poco común, te sientes lastrada por él, obligado a deletrearlo una y otra vez por qué no lo entienden cuando lo dices, te ves abocada a soportar las burlas, siempre hirientes, de los niños que buscan en la diferencia la diana de su crueldad. Y luego, cuando has conseguido superar el lastre de tu rareza y te sientes orgullosa, por fin, de tu originalidad te dices: "¿Cómo no voy a poner Domitila a mi hija? ¿Y si se pierde el nombre? Y vuelves a cometer el mismo error que tus padres.

Yo soy Domitila de segunda generación. Siempre odié a mi madre por colgarme ese Sambenito que me acompañará mientras viva. No me ha ocurrido igual que a mi madre, nunca pude acostumbrarme al nombrecito, incluso he intentado cambiarlo en el Registro Civil, pero el adusto funcionario que me tocó en suerte se empeñó en que tenía que buscar un nombre que empezase por D: Dorotea, Demetria, Desideria, Dolores ..... Casi me pareció peor el remedio que la enfermedad, así que seguí con el nombre de la insigne liberta del siglo primero. De todos modos, cada vez me duelen menos las risitas que provoca a quien lo escucha por primera vez. Los que me quieren lo suavizan y me llaman "Domi", "Tila", hasta hay uno que me susurra Domitilita en los momentos más íntimos que pasamos en su reclinable "Fiat Estilo".

Cuando estoy en ese coche italiano, con sus asientos de sensual suavidad, no puedo menos que recordar a la Domitila romana, que no llegó a ser emperatriz, pero fue madre del gran Tito (a lo mejor por eso les llaman "titos" a los orinales, al padre le dio por los urinarios y al hijo...) parece que la veo pasear por los suntuosos parques de la Roma Imperial, con sus ojos verdes musgo, con la túnica rozando el perfecto empedrado. Seguro que ella sí estaría orgullosa de su nombre y cuando llegara la noche romana, sin el disfraz de la luz eléctrica, se abandonaría en el triclínium esperando su mejor hora: la de acostarse. En el lecho, Vespasiano la cargaría de besos y de sueños imperiales. Y ella, arrullada por el lujo de la seda, se dormiría en sus brazos acordándose de cuando era esclava, sabiendo que sus hijos Tito, Domiciano y Domitila no pasarían nunca hambre.

Yo, a veces, me imagino que vivo en el año 69 d.c. y soy la hija del Emperador, rodeada de aduladores, pretendientes, regalos y cenas eternas que empiezan a las cuatro de la tarde y terminan entrada la madrugada. Cenas con pescados de las mas variadas clases: salmonetes, anguilas, lenguados; aves: tordos, tórtolas, perdices, lirones; y carne de cordero, cabrito, cerdo o jabalí. Postres con frutos secos, pastelitos de miel y vino en abundancia, sólo o con agua y miel. Sin embargo, ahora, de vuelta del mundo de los sueños, devoro un plato tan poco imperial como el arroz a la cubana. Con su sencillez lo tiene todo: la energía vigorizante de la fécula, el rojo ardiente del tomate y la temblorosa isla de yema huevo. Adoro romper con el tenedor la perfecta bandera tricolor del plato, componer nuevos colores mezclando el rojo, el amarillo y el blanco. Luego, cuando aún humea, sucumbo a los sabores simples de amalgama perfecta para después consolarme pensando en que, si bien mi novio no es emperador ni se llama Vespasiano, al menos me lleva a pasear los domingos soleados en su Vespino.

DOMITILA ES FELIZ -Marisa Fanlo Mermejo-

Domitila es una mujer feliz. Antes era marinero. Le encantaba salir a cubierta a la hora de acostarse para mirar el horizonte. Tenía muchos amigos con los que salía cuando desembarcaban en algún puerto. Pero nunca ninguno supo su secreto. Se enteraron después, cuando alguien les contó que se la habían encontrado en un parque con un hombre y unas tetas nuevas.

A Domitila le dio igual que la viese aquel antiguo compañero. Aunque sabía que a los pocos días lo sabrían todos los demás. Le daba todo igual porque era feliz. Además del hombre y las tetas nuevas, Domitila tenía un coche, un fiat stilo que la llevaba todos los días a trabajar a un restaurante de carretera.

Hoy Domitila está haciendo arroz a la cubana. Hace un descanso y sale a fumarse un cigarro a la puerta del bar de carretera. Cuando vuelve a entrar lo hace por el bar y no por la puerta de la cocina. Al acercarse a la barra un hombre se gira. Ahí están esos ojos verdes. Desde entonces Domitila tiene de todo. Desde entonces, Domitila es feliz.

 Sonriente

Javier es comercial. Vive solo y no tiene ningún horario fijo. Lleva un fiat stilo de la empresa que acaba de aparcar al lado de un bar de carretera. Quiere comerse el arroz a la cubana que ha leído en el menú de la entrada y echarse una siesta en el coche. Tiene que estar en Fraga a las seis y aún son las dos. Le da tiempo hasta de tomarse una caña en la barra. Cuando está esperando la caña oye la puerta del bar, se vuelve y ve a Domitila.

Le recuerda vagamente a una tía con la que se lió en un parque hace unos años durante una borrachera. Sus tetas le recuerdan a la misma tía. También recuerda como una pareja de verde le despertó horas después.

Javier le pregunta a Domitila si esa noche, a la hora de acostarse, pensará en él. Domitila le mira a los ojos y se acuerda del mar.

Arroz a la cubana de Julia Gallego

ARROZ A LA CUBANA

El coche de Manuel Medina no es nuevo. Cuando vienen sus hijos, una vez al mes, le recriminan.

-Papá- le dicen-éste coche ya está viejo, podrías comprarte otro más moderno de esos de última generación.

Pero él no quiere comprarse otro coche ni otro modelo. Le gusta el suyo: un Fiat Stilo, de color verde.

Piensa que nadie le entiende. A Manuel Medina le gusta su trabajo, pero hace medio año que el director de su departamento no aceptó su proyecto de construir pequeños establecimientos de comida, donde el arroz a la cubana se hiciera tan famoso como la paella de Valencia o el cochinillo asado de Segovia. Manuel Medina sabe que el quid de la cuestión reside en el antagonismo existente entre los otros asesores que forman el equipo, como él, que tienen despachos propios y se ganan la vida con negocios más turbios.

Cuando el día despunta sale a la calle para tomar un café, una magdalena y algunas tapas, un trozo de tortilla de patata los días que cenó poco, después se queda por ahí hablando con otros, hasta cinco minutos antes de que se abran las puertas de la empresa para la que trabaja.

Manuel Medina tiene sesenta años. La mujer que está sentada a su lado es la secretaria, se llama Domitila, y todavía no ha cumplido los treinta.

Domitila miró discretamente el reloj, está preocupada porque el tráfico, a esas horas, se torna más denso. Manuel notó el gesto, pero se mantuvo callado porque sabe que cuando salgan, como otras veces, se ofrecerá para llevarla de vuelta. Manuel Medina dirá:

-No te preocupes, llegaremos a tiempo.

-No estoy preocupada- responderá Domitila, mientras se ajusta el cinturón de seguridad.

Y, él, girará el coche a la derecha, hacia un camino de zahorra, dejando atrás el polígono industrial, hacia la carretera. Como de costumbre cuando el tráfico se complique, Manuel Medina acabará tomando un atajo.

-Como siempre, tu trabajo de hoy no ha sido estupendo- asevera Domitila que ha advertido la expresión seria de Manuel

Manuel Medina no contesta.

-Es una lástima que el director no sea capaz de apreciar, al detalle, tu proyecto-continua diciendo Domitila mientras se enciende un pitillo-. Si lo hiciera, nuestra empresa sería conocida en toda España. Y también engrosaría el bolsillo de los accionistas.

Manuel Medina sigue sin contestarle, aunque asiente ante la veracidad del comentario. También pensaba que sería infinitamente más apropiado que él, fuese el director del departamento. ¡Por amor de Dios! Después de todo, era él quien conseguía sacar a flote la mayoría de los proyectos. Gracias a él, la Marketin Spain se había convertido en una de las mejores empresas en el negocio de la restauración. Hasta la revista Vivir y comer lo aseguraba en un artículo.

-No te preocupes- murmura-. Y como un ciego tanteando suavemente el sitio, la mano derecha de Manuel Medina, apenas le roza la pierna.

Domitila apaga el cigarrillo y suspira, después dice juguetona:

-Buenas tardes, mi amante egoísta...

Manuel Medina se hundió en sus ojos marrones y la vio tan bonita, tan alegre y tan joven. Apartó la mirada.

-Tienes razón, estoy siendo egoísta, pero por mucho que me esfuerzo no dejo de pensar que soy un vejestorio imbécil y ridículo. Dicho con otras palabras, soy un vejestorio separado que anda por ahí exhibiéndose con una joven de la edad de mi hija.

Domitila tomó la mano que se retiraba, la besó, apretándola con fuerza contra los labios.

Manuel Medina jamás había estado tan enamorado, tan loco por una mujer como lo está de Domitila. Ya se había casado una vez y no fue muy buena la experiencia. Una cosa, sin embargo, no quita la otra.

Los sollozos estremecían el cuerpo de Domitila. Durante unos segundos Manuel Medina no dijo nada.

-Lo siento-dice Domitila, cogiendo varios pañuelos de papel-. No quería llorar.

Durante largo rato, ninguno de los dos habló. Luego Manuel Medina recordó la última vez que lo hicieron. Se lo imagina tan vivamente que incluso levanta el pie del acelerador y se pierde en un parque cercano. Cuando apagó la llave de contacto, la voz de Domitila le lleno de deseo:

-¿Quieres dictarme alguna carta?-bromea, acariciándole la nuca.

Los temores de Manuel Medina respecto a su potencia sexual desaparecieron en el acto.

-No es demasiado temprano para que nos divirtamos un poco ¿verdad?- pregunta Domitila, abalanzándose contra el cuerpo de Manuel Medina, percibiendo su excitación.

-¡No, que va!- exclama tumbándola en el asiento y empezando a arrancarle la ropa, preso de una tremenda exaltación, al comprobar hasta qué punto responde su cuerpo a las insinuaciones de Domitila.

-Vendremos aquí muchas veces. Tengo lo que quiero tener...- musita Domitila mientras la penetra.

-Sí, vendremos- murmura Manuel Medina a Domitila-, me gusta el sitio.

Pero no fue del todo sincero. Tenía miedo de que alguien pudiera verlos.

Ahora Manuel Medina cierra la ventanilla, deja fuera el rumor del viento entre los árboles, los grillos. Se ha hecho tarde. Es hora de acostarse. Mañana es sábado, y vienen sus hijos.

UN CUENTO VENTOSO DE JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ

VIENTO EN POPA.- Por José Manuel González

La vida de un superhéroe es monótona dentro de lo que cabe, tenemos las obligaciones propias de nuestros superpoderes: salvar al mundo de los súper-villanos, defender a los oprimidos de sus opresores, asistir a las víctimas, solucionar las consecuencias de las catástrofes naturales y todas las demás bagatelas que los cómic Marbel se han encargado de airear.

Lo que pasa es que, en el tiempo en que vivimos, hay tantos de mi clase que, a veces, tenemos que pelearnos por ejercer nuestra labor salvadora. Ayer, sin ir más lejos, tuve una terrible trifulca con "El Hombre de Paja", -no confundir con Pajaman que como todo el mundo sabe es de los malos y un guarro- , tan prepotente él, quería apagar el incendio declarado en una gasolinera. El caso es que yo llegué primero, pero se empeñó en ayudarme sin darse cuenta de que su cuerpo arde con facilidad y que toda la gracia de sus superpoderes consiste en ir dejando un rastro de pajitas por donde pasa y salir volando cuando sopla una ráfaga de viento. Por eso tuve que llamar a mi amigo Waterman para apagarlo (al Hombre de Paja, la gasolinera ardió por completo).

 

El viernes veinticinco de mayo me levanté con la firme convicción de dar un giro a mi vida. Lo tenía decidido, a partir de ese día iba a adoptar una personalidad secreta. Con muchas dificultades me confeccioné un traje de camuflaje que consistía en:

-Pantalón vaquero, gastado por las rodillas, con su roto deshilado y bolsillos en el culo.

-Camisa de cuadros con bolsillo en el lado izquierdo y botones de nácar de cuatro agujeros.

-Zapatos marrones, gastados en la suela y los talones, con cordones y una mancha en el empeine derecho.

También me hice con una gorra de esas de béisbol con visera enorme, pero fui incapaz, tras muchos intentos, de mantenerla puesta algo más de unos segundos sobre mi etérea cabeza.

 

Tras el desayuno de todos los días (leche ozonizada, galletas de protones con neutrinos y el aburrido zumo de roca) salí de casa decidido a no utilizar mis superpoderes.

Por la calle vi a Súper Vulpes, con su rabo al viento, su hocico respingón y sus orejitas color canela. Ella, como siempre, me saludó como se saluda a un extraño al que ves todos los días

-¿Qué tal Súper Cierzo? Dijo peinando sus velludos brazos y sin levantar la vista.

Yo no pude menos que ocultar mi decepción y me largué soplando en dirección noroeste fuerza tres. Al llegar a la esquina vi la típica cabina telefónica y con la rapidez del viento -que por algo soy Súper Cierzo- me coloqué el traje con mi nueva identidad.

 

El resultado fue impresionante. Nada más verme Vulpes alzó esos increíbles ojos color avellana y frotó sin disimulo su frondoso rabo entre mis piernas. No pudo evitar su naturaleza, siempre ha sido y será un zorrón. Por un momento, creí que me iba a descubrir, que mi cuerpo de aire se desintegraría dejando en el suelo el disfraz, pero por increíble que pueda parecer, nada de esto sucedió.

 

Vulpes quedó prendada al instante de mi aspecto desvalido. Yo la veía seguirme, con disimulo, mientras recorría la calle andando (si han escuchado bien ¡andando! ¡Sobre el suelo! ¡Sin volar!) La sensación de libertad era increíble.

 

Continué callejeando durante más de una hora viendo la sombra peluda de Vulpes que merodeaba ya con descaro. Dos veces estuve tentado de descubrirle mi verdadera identidad, pero en el último momento resistí el impulso. Ahora me sentía un tío importante, querido, atractivo incluso. Sabía que tenía que entrar en una situación comprometida para dejarme salvar y así culminar mi transformación. Por eso, cuando vi aparecer el enorme camión de la basura no lo dudé. Crucé la calzada con gesto distraído y paso decidido. El camión, lanzado cuesta abajo, fue incapaz de frenar. Ese era el momento para que interviniese Vulpes, pero en el último instante, cuando sus potentes piernas iniciaban un acrobático salto, fui izado por el aire asido por los sobacos. Levanté la vista lleno de rabia para comprobar quien era el aguafiestas.

-Tierra trágame -me dije- es Tramontana mi ventosa novia.

Me dejó con suavidad cerca de la parada de metro. No me reconoció, sin embargo, creo que encontró algo familiar en mi aspecto.

Muy asustado, me deshice del disfraz y me dirigí a nuestro bar preferido, a la Rosa de los Vientos, donde me esperaban Siroco, Mistral y Tramontana que seguía algo mosqueada por no poder relacionar a quién le recordaba la cara del panoli que había salvado.

 

Como cada viernes, tomamos un extenso surtido de aguas ionizadas y el típico oxígeno puro que sirven en todos los bares de superhéroes. Siroco inició una de sus locuras, soplaba cálido como la fragua de Vulcano; Mistral bebía de su copa harto de todo, mientras, Tramontana miraba buscando en mi cara la sombra de la culpa. Yo, por mi parte, desviaba la conversación hacia temas triviales: las próximas elecciones al consejo estelar, los precios de los vehículos espaciales y lo mal que se está poniendo aparcar en la Luna. Para Tramontana era evidente que estaba ocultándole algo. Me sometió a un sutil interrogatorio hasta que me derrumbé. Canté como un jilguero, le enseñé mi disfraz algo manchado de asfalto y ella empezó reír con fuerza lo que motivó el consiguiente vendaval y las protestas del pesado de Mister Granito, quejándose de que, su querida Súper Piedra Pómez, había salido despedida al fondo del bar con su consumición incluida.

 

Lo gracioso de todo es que Tramontana no se lo tomó nada mal, cuando terminó de reír me estampó un beso que resonó como un trueno y derribó, nuevamente, varias consumiciones.

 

Tras las miradas asesinas del dueño del local, nos largamos con viento fresco (o cálido, según se mire). El día había sido agotador y hasta los superhéroes necesitamos un descanso.

 

Pina 11 de junio de 2007

Tocata y fuga: un ejercicio de autores múltiples del taller de Daniel Gascón

Tocata y fuga

- Supongo que piensas que eso lo cambia todo - dijo.

- Pues claro que lo cambia. Si al menos hubiera sido con una desconocida... pero  no, tenía que ser con ella. ¿Qué quieres? ¿Qué siga saliendo con vosotros y acordándome toda la vida? Lo que más me jode es que me lo habían avisado tantas veces... y como una gilipollas no les había hecho caso iY no pongas esa cara de cordero "degollao"! iMe pones mala!

- Tú sí que me pones... bueno, ya sabes cómo me pongo cada vez que lo hacemos. Aunque no creas, no eres la que mejor me lo hace, ino!, ini mucho menos, tonta engreída! A ver si te enteras de una vez por todas de por qué me fui con otra.

- Pues ¿sabes qué te digo?, que, que... que te largues, que tengo a otros esperando. No te necesito.

- Ah, ¿no? ¿y cómo vas a pagar esta mierda de piso de 20 metros con tu sueldo mileurista?

- Compartiré piso con Bea o con Sergio...

- Ya o con tu madre.

- Pues seguro que ella no me traicionaría como tú.

- Lo que te pasa es que te gusta vivir bien a mi costa y viajar en mi Mercedes descapotable. Eres una aprovechada y una mierda seca  miserable. Y ¿qué te crees? ¿que no te veo cómo miras con ojillos al butanero?

Luego llegó el silencio, pesado, absurdo, envolvente, nítido, atronador, implacable, y se tornó tranquilo, cercano, limpio, común y sincero. Ella cogió su mano y, como siempre, hicieron el amor encima del piano.

30 de mayo de 2007

A la mesa -Julia Gallego-

 

Nos sentamos a la mesa del silencio

Un silencio tan inmenso como el mar

¿En qué escarpados arrecifes encallaron nuestros besos?

¿A qué glaciares transportamos nuestros sueños?

 

Siento ese mar inmenso que me engulle

Y, ese silencio

Tu silencio que me ahoga

 

Duermes entre las mareas, amor que un día fuiste, tú que fuiste marinero dime: ¿Por qué respiras?

¿Por qué yo siento entumecido el corazón mientras respiras?

¿Y hasta que profundo y negro abismo me transporta el mar de tu silencio?

 

Algunos aprendieron a nadar con sus amarras

Se arrimaron a una orilla sin verdad.

 

¿Cuál es mi verdad?

 

Mi verdad es la médula del amor.

 

Viejo cuerpo -Julia Gallego-

 

Viejo cuerpo que se arrastra

Frío y maltrecho cuerpo

¿De que huyes?

 

No siento tu respuesta

Tan solo escucho ese sonido tuyo de cobarde

¿Acaso sientes miedo ante la incógnita?

 

Tranquilo amante de existencias

Valioso gusano de la tierra

¿Te quedas pensativo ante la espera?

 

Pobre imitador de poeta

¡Que pena me das!

 

Narrador de desapercibidas historias sin letra

Creador de subterfugios

Y coleccionista de falacias

 

¿Por qué temes al miedo?

¿Acaso sientes que se agota un tiempo que no te pertenece?

 

Ignorante del cronómetro impávido de la vida que queda para otros

Deja que el viento eleve las hojas

No amarres la mezquina mentira

¿Amaste acaso alguna verdad?

 

No siento tu respuesta

 

Frío y maltrecho cuerpo mío.

CHICA MARAVILLOSA - CUENTO SOBRE PERSONAJE IMAGINADO- ARRATE

Nunca hablé con Carla, era demasiado popular para fijarse en mí. En la discoteca futurista con decoración plateada, ella resaltaba como un trozo de oro en el agua. Sus cabellos rubios parecían alambres retorcidos,  colgando graciosos de su cabeza. Vestía un mono dorado que marcaba sus pechos, aunque sin duda lo que más me gustaba, era su rabo: largo, sensual,impecablemente enroscado a la silla dónde se sentaba a tomar un zumo de patata. Esa noche me senté a su lado, de espaldas y despacio, toqué con mi rabo el suyo, en un gesto amistoso. Ella se volvió lentamente hacia mi, su mano acarició la mía, me enseñó sus colmillos, y su rabo se enroscó amenazante a mi cuello...

Y a mi me gustaría saber, doctor, por qué cuando llego ahí, me despierto.  

                                                                                          FIN   

El señor

Por Jaime Sanz

El señor José, pese a su nariz llena de venillas rojas, alcohólicas; y a sus ojos legañosos, llenos de huevas de moscas que se los están comiendo, es una persona que se hace querer.

Pone las calles de Poblanova mucho antes de que levante la cresta el más madrugador de los gallos. Saluda muy educada y cariñosamente a todo aquel con el que se cruza por las empinadas y empedradas calles de la villa.

La vida no es nada fácil en los arrozales. Bien lo sabe el señor José. La tierra, que es la madre; y el agua, que es la vida, se filtran a través de la carne y pudren los huesos en acto homicida.

La tasca es el punto de reunión de los lugareños. El hombre acude a la hora del almuerzo para tomar un tentempié y charlar amigablemente con los parroquianos.

Todos los poblanovenses se llevan muy bien. Son pocos y, sin embargo, bien avenidos. Da igual su edad o su condición social.

En el lavadero público, las comadres parlotean sin malicia entre gruesas pastillas de jabón y el armónico murmullo del agua clara.

Acabado el agotador jornal, ya de noche, el señor José se va a su casa al borde del río. Quiere preparar el hacha para partir leña al día siguiente. Suavemente, limpia los restos de sangre y de pelo humano del hacha...

Mis sueños y yo Julia Gallego

 

No era alto, ni guapo, ni tenía los ojos verdes cuando le conocí. Mis sueños y yo, nada que ver con aquel tipo rechoncho, de nariz grande y prominente y con los ojos tan saltones como el sapo del primer cuento que leí. Pero, tal vez, ésta primera apreciación mía no sea del todo cierta, tal vez todo se debiera a mi reciente operación de corrección de miopía que, por aquel entonces, me habían practicado en una clínica de reciente inauguración: la clínica Leoninas. ¿Qué por qué había supuesto, o pensado o váyase usted a saber, que algo tenía que ver mi operación con todo esto? La verdad es, que no me fue nada fácil dar con el meollo de la cuestión. Me explico: desde hace cierto tiempo, para se más exacta en lo que se refiere a ¿cuanto?, diré que, desde que comencé a padecer un fatal y pertinaz insomnio, a causa de mi ruptura con mi anterior pareja, un tipo alto, guapo, y con los ojos tan verdes como el trigo antes de su maduración, antes de su cambio a un tono más preciado: el dorado. Así, y desde la primera noche en que mis párpados cerraron filas, negándose una tras otra, y otra vez a cerrarse, comencé a practicar un excitante y extraño juego. Al principio, quise valerme de un viejo diccionario de mis primeros años de joven estudiante de EGB, el diccionario de Rancés, de la editorial Ramón Sopena. La fecha exacta de su primera o segunda o, tal vez, tercera edición; ni la ciudad donde estaba ubicada la editorial, a más que más, del diseño de la cubierta, amén de todos los prolegómenos común a todos los libros, no puedo precisarla, pues, intuyo que, en el mismo instante del despegue de la portada y la contraportada del texto, hacia quién sabe qué lugar más recóndito y polvoriento de la librería, esa segunda o tercera hoja en la que se exponen al lector esos datos, decidieron hacer lo mismo dejando al resto de las hojas en una desnudez impresentable para el resto de los mortales. Pero bueno, querido lector, a lo que iba. ¡Sí! ¡Sí! ¿No lo recuerda? Volvamos al tema del juego al que hago referencia unas líneas más arriba, en la página anterior. ¡Aja...! ¡Ahí...! En lo de Excitante y extraño juego...Y sigo: Comencé a zambullirme por el nombre de la clínica: Leoninas. Al ver la brevedad de su significado, comprendí que los tiempos cambian para todos, incluso para los libros. Pero como aquella noche, parecía que yo estaba en plan filosófico, pensé que, tal vez en aquellos tiempos de escasez y sueldos miserables, muchos académicos habrían decidido comerse las palabras.. Tras un largo y estridente bostezo, la nostalgia, me hizo, de nuevo, pasar, con rapidez, sus páginas. Instantes después, lo abandoné, definitivamente, sobre la mesilla y apagué la luz. Al cabo de quince minutos, más o menos, me levanté de la cama, y a tientas, sin encender la lamparita azul de macramé, para no despertar al que roncaba tan rítmicamente, y tras tropezar, varias veces, contra unas zapatillas de deporte y unas botas de cuero, me alejé del dormitorio. Así, con el dedo gordo del pie izquierdo dolorido, y el meñique del derecho hecho unos zorros, me encontré sentada frente al ordenador, bajo la escalera que conduce a la buhardilla.

Después de vacilantes trac trac, ram ram, y pif pif, aparecieron sobre la pantalla, con un ritmo vertiginoso, y parpadeando: exageradas, desmedidas, excesivas, exorbitantes, inmoderadas, injustas, arbitrarias, abusivas: leoninas.

-¡Por fin!- dije, para mis adentros.

-¿Así que fui injusta y exagerada, amén de, arbitraria, abusiva, exorbitante, inmoderada y mala con él, por culpa del nombrecito de la clínica?- me pregunté.

Y volví a la carga: diabólica, infernal, maldita, maléfica, virulenta, extremista, y rematada: mala.

-¡Vaya! ¡Vaya! A menudo psicoanálisis freudiano me estoy sometiendo yo misma- grito, esta vez.

A mi espalda, alguien susurra mi nombre. Viene corriendo y me mira frenéticamente. Está excitadísimo.

-Me has asustado- le digo-. Creí que dormías.

En ese momento empieza a mover levemente su cuerpo relajado y húmedo. Y, esta vez, desde los profundos rincones de mi cuerpo, deseo abrazarme, acariciarle con mis dedos los ojos, la nariz; su nariz grande y prominente.

CUENTO SOBRE UN PERSONAJE IMAGINADO POR JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ

CUENTO SOBRE UN PERSONAJE IMAGINADO POR JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ

PULEX IRRITANS Por José Manuel González

Hace poco más de dos meses que soy pulga. Mido menos de cuatro milímetros y soy capaz de saltar distancias que superan los 9 metros (lo que no está nada mal si consideramos que cuando era hombre y medía 1,70 hubiera correspondido a un salto de casi cuatro kilómetros)

 

Mi transformación comenzó una mañana del mes de marzo. Ese día sentí, bajo el calcetín, una irresistible picazón que me hizo rascar hasta que manó la sangre. No pude localizar al insecto que me vampirizó, pero inocente de mí, fumigué la casa con el apestoso insecticida que me recomendó un amigo. No se si por efecto de las piretrinas o por una extraña reacción alérgica, caí en un profundo letargo junto a mi sofá preferido. Oía los ruidos del exterior, pero era incapaz de moverme. Solo sentía unas irresistibles ganas de quedarme inmóvil, mientras menguaba y menguaba. Consumiéndome desde fuera, fui perdiendo lentamente mi aspecto de hombre. Era tanto mi deterioro y tan evidente la merma de mis carnes, que estaba convencido de que en pocos días me habría reducido a unas pocas células muertas y que, quizás, algún ácaro aprovecharía mis restos para su magro alimento.

 

Poco a poco fui consolidando una forma ovoide. Mi vida transcurría a un nivel un poco mayor que el celular. Entre las protectoras fibras de mi alfombra de auténtico pelo de camello, pasaban los días en placentero letargo. Nadie me importunaba con sus gritos, nadie me pedía dinero en los semáforos, sabía que estábamos en mayo y me importaba una mierda la declaración de hacienda. Vivía en un estado de completa felicidad, mientras mi metamorfosis, como la de Kafka, se completaba lentamente, pero a ritmo constante.

Cuando las condiciones de humedad y temperatura fueron las apropiadas, se produjo mi eclosión a la vida de larva, sin embargo aún tenía pendientes tres mudas hasta llegar al estado de crisálida, antesala de la vida adulta. Alimentándome de detritus y de la sangre digerida en los excrementos de otras pulgas, fui creciendo sin preocuparme de los dolores de piernas que antes me atormentaban, ni de los horarios de los trenes y el despertador de la mesilla de noche. En mi universo diminuto y cálido, paseaba entre los pelos inmensos de la alfombra, buscando restos de comida y a otras larvas con las que compartir experiencias y quizás practicar el canibalismo si el hambre apretaba.

 

El estado larvario de las pulgas, en el caso de las Pulex irritans -la pulga del hombre como es mi caso- es muy variable en el tiempo, puede durar de 9 a 202 días. Yo tuve suficiente con cuarenta y cinco días, así que, en el principio del verano, tejí un capullo de seda alrededor de mi cuerpo larvario y soporté una nueva transformación, esta vez a pupa.

Leí en alguna parte que las uñas de los pies crecen al mismo ritmo que la deriva de los continentes. No sé si esto podrá aplicarse al exoesqueleto de quitina, pero la verdad es que sufrí por pasar de la consistencia blanda y libre de mi cuerpo de gusano a la encorsetada rigidez de mi nueva forma y, los pocos días que invertí en el cambio, me resultaron eternos.

 

Mi vida de pupa pasó sin sobresaltos, esperando el completo desarrollo del imago adulto que ahora soy. Sabía que a finales de julio llegarías a casa, que te sorprenderías por mi ausencia y me buscarías por todas partes, que te sentarías en el sillón junto al teléfono, que escucharías los mensajes del contestador, que me brindarías tus piernas desnudas, accesibles e indefensas a mi voraz aparato picador-chupador.

 

Mi primera comida fue gloriosa. De un salto subí a tu pubis acogedor y piqué con deleite. Succioné la sangre cálida que fue mi primer alimento adulto. Igual que un amante novato, perforé torpemente tu piel perfecta y fragante. Luego no pude parar, lo reconozco, toda mi vida de pulga sin ingerir algo decente me hizo olvidar las mínimas normas de cortesía y piqué y piqué con avidez hasta convertir tu cintura, tu ingle y tu bajo vientre en una constelación de bultitos escarlatas que pronto empezaste a sufrir.

 

Tu mano recorría las picaduras buscando alivio, clavando esas longilíneas uñas rosa palo, pintadas con tu esmalte preferido de cobertura perfecta y textura nacarada.

 

Yo te veía sufrir por la incertidumbre de mi ausencia y por la desazón del prurito. Agazapado en tu ropa interior, convertido en un nuevo Nosferatu, esperé a la noche. Tú no lo sabías, pero la mutación había comenzado y con ella nuestra nueva vida juntos.

 

Pina 22 de mayo de 2007

 

 

 

MIS PERSONAJES -POR JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ

EL SEÑOR JOSÉ

 

Al Sr. José siempre le lloraban los ojos. Una eterna legaña de consolidada consistencia le nublaba la mirada y te obligaba, irremisiblemente, dirigir la vista a sus ojos.

 

Nada importaban las rotundas formas de su cara, la nariz etílica o las orejas velludas, sólo sus ojos de un gris pedernal te hacían evocarla intensidad de su larga vida.

Pero de pronto, como surgida de la nada, estallaba la risa en su boca abandonada de dientes y la carcajada ronca cargada de saliva te obligaba a quererle sin que te importaran sus lágrimas de moco.

 

 

PULEX IRRITANS

 

Vivo en una montaña frondosa, oscura y pegajosa. Odio el rock y la música estridente, pero no tengo más remedio que aguantarme.

 

Mis poderosos saltos, hay quien diría que sobrehumanos, me permiten viajar, siempre saltando, de la montaña oscura al trigal luminosos y de ahí al desierto liso calvo de bosque.

Sin embargo, un día, sin saber por qué, cuando mejor estaba en la sabana rubia, acabé en la barba del motero de los ojos de sapo.

 

Triste sino para quien nació pulga!

 

 

DIARIO DE UN ASESINO CASI CHINO POR JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ

LUNES 16 de abril de 2007

 

 

Hoy ha sido un día perfecto. Me he pasado la tarde disparando con la pistola Glock de 9 milímetros que compré en marzo. He colocado cinco sandías sobre una roca y las he destrozado sin fallar un solo tiro.

¡Como se parecen las sandías a las cabezas! Vierten su jugo rojo como la sangre y revientan cuando les disparo balas explosivas.

A una de ellas le he colocado una peluca rubia. Así no me ha sido difícil imaginar a mi profesora de literatura y eso me ha excitado. Por eso, allí mismo, no he podido resistir la tentación y me he masturbado dos veces pensando en la sangre de su cabeza saliendo por los orificios, en el cerebro blando, destrozado, convertido en una papilla gris húmeda y en su cuerpo inerte desmadejado junto a un charco de orina que escapa de la muerte.

Mañana es el gran día. Veré llorar a las pijas, oiré gritar a las animadoras y a los del equipo de fútbol; los profesores mancharán sus académicos calzoncillos, los bedeles limpiarán el aserrín sobre la sangre coagulada, dejaré de ser un chino anónimo, saldré en todos los telediarios…

 

Cho Seung Hui

Batallitas del abuelo

BATALLITAS DEL ABUELO

Finalista del II Concurso Comarcal E. Jardiel Poncela (Quinto de Ebro, principios de 2007) 

Versión 2006 Por Jaime Sanz 

¡¡¡Menudo coñazo de clase!!! El profesor es un muermo y su asignatura me aburre y me repatea. ¡Mierda!, el tío habla y habla y no se calla ni bajo el agua. Tengo una ganas locas de que llegue el recreo. No se por qué puñetas tengo que estar aquí. Ahora cualquiera puede ganarse la vida de cantante, o liándose con algún famosillo.

La campana del instituto me reanima como un electroshock.

"No os olvidéis de hacer el trabajo sobre la vida de algún familiar en la Historia Contemporánea de España. Da igual que fuera un político, un militar o un campesino; la historia cotidiana también puede valer", recuerda el profesor mientras la marabunta de alumnos huye al recreo. Lamentablemente, alcanzo a oírle. ¡Me acaba de joder el puente!

Después de comer, ordeno un poco el cuarto. Mientras echo un vistazo a las declinaciones latinas, mi madre entra en mi leonera.

-He estado hablando con la madre de Andrés. A su hijo, que va a tu clase, le han encargado hacer un trabajo sobre algún familiar en la historia.-me dice.

-Si-afirmo con desgana.

-Pues acuérdate de que tu abuelo luchó en África, creo que debe haber un diario suyo que escribió entonces.

-Luego iré a mirarlo, mamá-le digo para retrasar la tarea.

Por la noche, mientras todos duermen, me piro al trastero. Creo que allí tengo una bomba para hinchar mi balón de baloncesto. Mañana haré unos triples y algunos mates con mis amigos ¡Paso total del currelo de historia! Una vez abierta la puerta, empiezo a rebuscar entre viejas sillas de camping, viejos tarros de cristal y antiguas maletas del año la polca. De repente, al tirar de una sábana raída y amarillenta, un montón de libros aterriza en mi azotea. "¡Joder, pa´habernos matao!", grito entre ataques de tos provocados por el movimiento del polvo acumulado durante años.

Pasada la tos y el aturdimiento, recojo el estropicio. Un desgastado cuaderno llama mi atención. "Diario de guerra", pone en la perjudicada portada. Empiezo a leerlo por una página a boleo.

 

* * *

 

¡Cómo me duele la cabeza! El olor es nauseabundo. Estoy rodeado de camas con sábanas ensangrentadas, repletas de hombres que gritan y gimen de dolor. Los hay sin manos; los hay sin brazos; los hay sin manos; los hay sin piernas; los hay sin pies; incluso los hay sin brazos ni piernas. Las enfermeras de la Cruz Roja no dan abasto. El calor es asfixiante. De repente, una de ellas se sorprende de verme despierto.

-¡¡¡Doctor!!! El paciente en coma ha vuelto. ¿Cómo se encuentra?- pregunta inquieta.

-Me siento mareado-susurro débilmente en medio de tanto ruido-¿Dónde estamos, qué día es hoy?

-Se encuentra en el Hospital de Melilla. Hoy es veinte de agosto de 1925.

Tras las pertinentes observaciones del médico, alguien conduce mi camilla a otra sala, con pacientes más pacientes y en mejor estado, dentro de lo que cabe. La camilla contigua es ocupada por un mozalbete barbilampiño, herido de bala en un hombro.

Al día siguiente, me siento más despejado y con bastante hambre.

-Así que caíste en una emboscada de las cabilas hace tres meses, según me han contado-me dice espontáneamente de mañana el mozalbete.

-Yooo...-contesto dubitativamente.

-Perdona, yo soy Lorenzo-interrumpe.

-Yo no sé cómo me llamo-afirmo poniendo una cara lastimera.

¡Dios mío! ¡Estaba inmerso, formando parte de aquel horror! ¡Sabía que estaba allí, pero no por qué!¡Y no sabía quién demonios era! ¿Y si tenía mujer e hijos? ¡Me habrían dado por muerto!

Por la tarde, pido a una enfermera que traiga mis pertenencias, a lo que responde que cuando me trajeron inconsciente no llevaba nada encima. Meditabundo e intranquilo, de noche no logro conciliar el sueño.

Está amaneciendo. Veo unas construcciones de barro, habitadas por unas familias de moros. Pese a la guerra, nos sonríen y nos acogen hospitalariamente. La leche y el queso de cabra es excelente. Un niño se acerca hasta nosotros con un cuenco y se le cae al suelo.

Mis piernas tiemblan. Todo era un sueño. Ahora si que amanece de verdad. Desayuno, como y ceno pensativo. Mi compañero Lorenzo trata de consolarme. Me dice que pronto ya me acordaré de todo. Sus palabras me llenan de sospechas y desconfianza.

Me duermo. Oigo un tremendo tiro. ¡¡¡He matado a un oficial!!!

 

* * *

 

Una gotera del trastero me distrae de mi lectura. ¡Mosquis! Son las dos de la mañana. Dejo los libros en el suelo del trastero al tuntún. Cierro la puerta. El viejo cuaderno del yayo me ha tenido entretenido un buen rato.

Una vez en la cama, sueño con África. Me despierto. Me pongo a pensar. Casi no conocí a mi abuelo. Cuando el murió, aún me lo hacía en los pantalones. Ahora recuerdo unas palabras de mi madre. Hace tiempo, me contó que el abuelo fue a África porque no le quedó más remedio. Para librarse, tenía que pagar el equivalente a un año de trabajo en el campo. ¡Vaya faena! Tener que ir a tierra lejana a luchar, a matar gente; a quitar vida, en vez de dar vida a la gente con el trigo, con el pan, con el sudor de su frente. Sudando, sí, pero no sangrando.

Muy temprano, me levanto y desayuno. Mis amigos no tardan en llegar. Había quedado con ellos para jugar a baloncesto. Les digo que no he encontrado el balón. Ellos tienen otro. Alego que estoy leyendo un diario de mi abuelo. "¡Bah! Batallitas del abuelo", responden ellos. ¡Me muero de ganas de continuar la lectura!. Ahí está, sobre la mesa de mi habitación, gastado, con el lomo hecho girones, tal y como lo deje la noche anterior. Lo abro por donde me interrumpió la gotera y leo.

 

* * *

 

Abro los ojos. ¡¡¡Dios mío, he matado a un oficial!!! Oigo pisadas en la oscuridad. Alguien se abalanza sobre mi. Le golpeo. A duras penas, logro encender un quinqué. Pero no es Lorenzo. No sólo no me quiere matar, si no que se está peleando con un malcarado hombre de bigotes cuya cara me suena. Es el oficial al que mato en el sueño. En la refriega, éste apunta a mi cabeza con una pistola.

-¡¡¡Hijo de la gran puta!!! ¡¡¡Te creías que me habías matado!!!-vocifera mi superior.

Me tiro al suelo como alma que lleva al diablo cuando siento que me va a disparar. La bala rebota en una palangana metálica. Una esquirla de la bala acierta al malcarado en el corazón.

-¡¡¿¿Por qué??!!-grito al moribundo.

-¿No te acuerdas de aquel poblado? Esas putas moras no hacen más que provocar. Son todas unas zorras. Esos moros son muy mala gente, tendrían que estar todos colgados. No tendrías que haberlos defendido, soldado Pellicer.¡¡Hubieras pagado por ello!!-fueron las últimas palabras llenas de odio de mi superior, al cual este tiro si le había matado.

Ahora ya me acuerdo de todo. Cuando llegamos al poblado del que acordaba en mis sueños, todos mis compañeros querían violar a las mujeres. Yo me opuse. Mi oficial se puso muy valiente y me amenazó. Yo le apunté mientras sobaba a una mujer que se revolvía rechazándole. Tras dispararle, supongo que alguien me golpearía por la espalda, tras lo cual perdí el conocimiento.

El coleccionista de discos y otros

EL COLECCIONISTA DE DISCOS

 

Por José Jaime Sanz Miguel

 

Soy un coleccionista de discos. También compro y vendo grandes lotes de vinilos y cedés. Vivo mi pasión desde los catorce años y me viene de familia. Hace años tomé en arriendo un local de dos plantas en la zona universitaria. El sótano es un almacén bien ordenado. La planta calle está no menos ordenada. Si me pides un disco, te puedo decir al instante si lo tengo o no y si te lo puedo conseguir. La tienda está llena de espejos, lo que no evita los robos. Cada vinilo y cada cedé en su lugar justo y necesario: rock americano, blues, jazz, soul, gospel, britpop, rock inglés electrónico, blues blanco de ojos azules, glam rock, punk, nueva ola, pop-rock español,...Hay ediciones rusas y griegas del The White Album de The Beetles; discos de Manolo García con Los Burros, con El Último y en solitario; discos de Clapton con sus múltiples bandas; discos de Bowie dedicados...

 

EL ADOQUÍN

 

Por José Jaime Sanz Miguel

 

El inventor de inventos imposibles vive en su oscuro ático, como un ermitaño. Y es que tiene las ventanas forradas con bolsas negras de basura. Inventó unos calzoncillos con doble fondo extraíble, para evitar las inoportunas gotas de pis en los pantalones. Pero no le eran para nada rentables. Inventó también el adoquín preparado para partirlo en onzas, inspirándose en las tabletas de chocolate. Aunque no tenía el encanto del adoquín adoquín de toda la vida, este invento le lanzó a la popularidad. Las rivalidades entre partidarios y detractores se hicieron cada vez más violentas. La fabrica de adoquines optó por subvencionar unos cursillos de tornero y fresador y de manejo de mesa de corte para evitar quedarse en la ruina. Todo se quedó en nada al aparecer los mini adoquines, de igual sabor pero de un tamaño más cómodo para echárselo a la boca.

 

EL REFLEJO

 

Por José Jaime Sanz Miguel

 

No, no puede ser posible. Siempre he creído que esa extraña mancha no era más que un simple y vulgar reflejo de la luz en un espejo. Es hora ya de destruirla. Pero hay que hacerlo con cuidado. No hay que mirar directamente a la luz. La intentaré cortar con la tijera. ¡Ahh! Mierda, otra vez he vuelto a cortarme. Será mejor guardarla en algún cajón lejos de la mirada de todo el mundo.

Todo empezó en una lluviosa tarde de sábado, arruinados mis planes de ir andando hasta Torrecilla desde mi casa. Tras aguantar quince minutos de un bodrio de sobremesa y arrearme una bolsa de Doritos y una lata de cerveza, me acerqué al armario de las servilletas de papel para limpiarme las manos y los labios, aunque no la conciencia.

Y ahí estaba, olvidado, como el arpa de Bécquer, un álbum de fotos desgastado por el tiempo. Saqué una foto de su interior. Era una en la que salía yo de bebé con mi prima cogiéndome en sus brazos. Al fondo, un espejo reflejaba la luz que seguramente venía de una ventana. Y pensé que sería bastante simpático tener alguna copia por si acaso. Ya tenía algo que hacer el sábado.

Tras pasar la foto por el escáner, pensé que la tormenta lo había parado. Al poco rato, vi o creí ver algo en la pantalla del ordenador que me dejó tonto. Entre las cabezas de mi yo bebé y de mi prima, en el reflejo, se adivinaban vagamente unas letras. Tras cinco minutos embobado, vi claramente que ponía "Pronto morirás". Despertado de nuevo por un rayo que pensé yo que había caído cerca, me fui a la cocina a beber un vaso de agua. Casi se me cae el vaso al suelo cuando oí un estruendo que venía de mi habitación. Cuando vi que la habitación estaba ardiendo, llamé a los bomberos.

Tres meses después de comerme la cabeza con lo había pasado, decidí mandar la foto a un programa de temas paranormales. No, si en el fondo seguro que era una coincidencia que cayera un rayo en mi casa. Tras comprobar que el dependiente de la tienda de fotos no se había quedado churruscado digitalizando mi foto, respiré tranquilo.

A las tres semanas, vi mi foto en el programa de fenómenos extraños. A nadie le había alcanzado un rayo y todos estaban bien limpios y bien maquillados. Los presentadores y los invitados estaban muy bien. A los diez minutos de salir mi foto en el programa, se cortó la emisión repentinamente. Me fui a dormir con un regusto agridulce.

Al día siguiente, en el primer telediario de la cadena, hablaron de una tormenta que se había desatado en la Comunidad de Madrid. Ese caluroso verano era la tónica predominante: calor, tormenta y agua y más calor. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando oí que un rayo había caído en el Estudio 1 de la cadena de televisión, justo dónde estaban haciendo el programa. No había habido víctimas, pero yo estaba con la mosca detrás de la oreja.

Preferí dejar que la tierra cayera sobre aquella foto, que se olvidara para siempre. Eran ya dos coincidencias y no quise tentar a la suerte.

GRACIAS

Todavía estoy sorprendida por la cantidad de gente que vino el miércoles a la presentación de nuestro libro. Creo que gustó mucho. Hoy es uno de esos días en los que me puedo sentir contenta con el trabajo que me está tocando hacer. Por eso quería daros las gracias a tod@s: os mereceríais un libro entero para cada uno, pero de momento nos vale, ¿no?

Si no fuera por estos raticos no podríamos aguantar otros que nos tocarán por estas fechas.

Besos a tod@s y recordad que el 16 viene Daniel Gascón.

Marisa

El coleccionista.

El señor Peret escuchó en silencio las palabras de su médico:

-Tengo muy buenas noticias para usted. ¡Por fin y en breve, podrá librarse de lo suyo...!

El señor pert se aclaró a garganta antes de expresar su desacuerdo:

-Se equivoca, Doctor. Al cabo de años de vagar por los quirófanos, finalmente he encontrado mi verdadera vocación. ahora que ya no tengo que trabajar para ganarme la vida, estoy haciendo lo que siempre debería haber hecho.

El médico se acercó al señor Peret, cuyo entrecejo se frunció cuando le vio acercarse.

-¿Quiere usted levantarse el jersey?- preguntó

Y el señor Peret pareció querer huir; pero seguidamente, haciendo un gran esfuerzo sobre sí mismo, levantó su jersey.

Allí se encontraba el médico, enfrente de su formidabla colección. Tratando de robarle su tesoro más preciado. ¿Qué sería de él, sin sus cicatrices? Se encontraría solo en el universo, como una noche sin día, como un sueño sin sueño.

El médico le toco, la última, la del costado derecho.

-Doctor, no me puede hacer eso, ¿me comprende?

Tengo sed. Tengo mucha sed- dijo en voz alta el médico, mientras bajaba el jersey del señor Peret.

Y se sirvió un vaso lleno de güiski.

Aquí vivimos. Sobre la escalera de José Manuel. Julia Gallego

 El grito vino rebotando por las escalones. Desde aquí, no es fácil adivinar ninguna presencia. Sin embargo, algo parece agarrarse en cada peldaño y en cada rincón de la escalera. Es como una larga y negra sombra que trata de ocultarse. La luz del día se cuela através de una ventana del primer tramo. Desperdigadas por todas partes las sombras y los claros lloran con lágrimas invisibles. El pasamanos, casi tapa una puerta tapiada de gruesos y torcidos barrotes. Por un rato mis ojos se pierden. Luego vuelvo la cara para ver otra vez arriba y miro las sombras y los claros. Y escucho voces que dicen: "aquí vivimos. Aquí dejamos la vida.

Ahora soy yo- POR JULIA GALLEGO

Antes pensaba: si no puedes destruir a los demás, destrúyete a tí mismo. ahora no lo pienso. Ahora yo decido. Ahora soy yo. Ahora soy Dios, su dios vengador. La comida estará servida dentro de unas horas. Habéis de estar para entonces en la mesa de los lívidos. Vuestras cadenas de oro no podrán salvaros. Tengo que hacerlo. Debo hacerlo. debo lavarme con vuestra sangre. Pronto el mundo hablará de mí. Ya no seré el muchacho patético que queréis extinguir. Cometisteis un tremendo error. Todos me conocerán. Penetraré como un trueno en vuestros cuerpos y aniquilaré para siempre vuestro desprecio. No tardarémás de unos cientos de minutos. Seré puntual. Estiraré mi brazo, mi brazo de ángel exterminador. Comenzaré mi obra aterradora. Me atribuiré la facultad de decidir quién puede seguir viviendo y quién no. No me temblará la mano al abrir la puerta. Ya no me tratarán como un mueble más. Se producirá un silencio, y al comprobar que nadie habla, seguiré adelante. Quizá sea presuntuoso dque lo diga, pero tengo la sensacion de que ya no desconocerán mis virtudes. Mirará a su alrededor. Las convulsiones se producirán dos o tres horas después de la intervención. Al hacer la autopsia no encontrarán nada en los cerebros. Creo que es hora de empezar. La Universidad Politécnica de Virginia recordará con claridad cada instante de éste glorioso día.

SU VOZ


El vídeo de las vacaciones de Luisa y Marta en Sto. Domingo prometía ser interesante. Habíamos quedado las cuatro amigas en casa de Marta, llevamos palomitas dulces y chocolatinas en abundancia, parecía la velada perfecta. La grabación empezaba en el aeropueerto, luego en el hotel con vistas a un mar esmeralda interminable.El vídeo de los paseos por la playa bajo las palmeras, los jóvenes nativos morenos y complacientes nos hicieron disfrutar con pequeñas bromas inocentes. Entonces llegamos al viaje en avioneta sobre el mar, y en ese momento oí una voz que me sonó familiar, aunque no sabía ponerle un rostro, pregunté a Marta quién era el que hablaba,- algún turista, estaba todo lleno-. -Tal vez se oiga la voz del guía- sugirió Luisa, ¿por qué te interesa tanto?. -Pues es que me ha recordado a alguien, nada más. Continuamos viendo el vídeo, la voz aparecía y desaparecía de la grabación como un fantasma, y cada vez estaba más convencida de que le conocía.

De vuelta a casa la voz seguía en mi mente, pero por más vueltas que le daba no conseguía identificarla. Me acosté decidida a volver a casa de Marta al día siguiente para ver el vídeo de nuevo. Me dormí y soñé con alguien y ví sus ojos azules, su nariz pequeña y su bigote ¡su bigote!, me desperté sobresaltada, lo había visto, era Juan, la voz era la de Juan.¡ Pero eso es imposible! Juan desapareció hace más de tres años y nadie ha vuelto a saber de él. Era mi compañero en el trabajo, lo conocía bien él nunca se iría sin decir nada...o si. Su novia todavía espera que aparezca. Extrañas hipótesis sobre su vida llenaban mi mente de preguntas, y las posibles respuestas me dejaban un amargo sabor a traición.

 

Arrate