El coleccionista de discos y otros
EL COLECCIONISTA DE DISCOS
Por José Jaime Sanz Miguel
Soy un coleccionista de discos. También compro y vendo grandes lotes de vinilos y cedés. Vivo mi pasión desde los catorce años y me viene de familia. Hace años tomé en arriendo un local de dos plantas en la zona universitaria. El sótano es un almacén bien ordenado. La planta calle está no menos ordenada. Si me pides un disco, te puedo decir al instante si lo tengo o no y si te lo puedo conseguir. La tienda está llena de espejos, lo que no evita los robos. Cada vinilo y cada cedé en su lugar justo y necesario: rock americano, blues, jazz, soul, gospel, britpop, rock inglés electrónico, blues blanco de ojos azules, glam rock, punk, nueva ola, pop-rock español,...Hay ediciones rusas y griegas del The White Album de The Beetles; discos de Manolo García con Los Burros, con El Último y en solitario; discos de Clapton con sus múltiples bandas; discos de Bowie dedicados...
EL ADOQUÍN
Por José Jaime Sanz Miguel
El inventor de inventos imposibles vive en su oscuro ático, como un ermitaño. Y es que tiene las ventanas forradas con bolsas negras de basura. Inventó unos calzoncillos con doble fondo extraíble, para evitar las inoportunas gotas de pis en los pantalones. Pero no le eran para nada rentables. Inventó también el adoquín preparado para partirlo en onzas, inspirándose en las tabletas de chocolate. Aunque no tenía el encanto del adoquín adoquín de toda la vida, este invento le lanzó a la popularidad. Las rivalidades entre partidarios y detractores se hicieron cada vez más violentas. La fabrica de adoquines optó por subvencionar unos cursillos de tornero y fresador y de manejo de mesa de corte para evitar quedarse en la ruina. Todo se quedó en nada al aparecer los mini adoquines, de igual sabor pero de un tamaño más cómodo para echárselo a la boca.
EL REFLEJO
Por José Jaime Sanz Miguel
No, no puede ser posible. Siempre he creído que esa extraña mancha no era más que un simple y vulgar reflejo de la luz en un espejo. Es hora ya de destruirla. Pero hay que hacerlo con cuidado. No hay que mirar directamente a la luz. La intentaré cortar con la tijera. ¡Ahh! Mierda, otra vez he vuelto a cortarme. Será mejor guardarla en algún cajón lejos de la mirada de todo el mundo.
Todo empezó en una lluviosa tarde de sábado, arruinados mis planes de ir andando hasta Torrecilla desde mi casa. Tras aguantar quince minutos de un bodrio de sobremesa y arrearme una bolsa de Doritos y una lata de cerveza, me acerqué al armario de las servilletas de papel para limpiarme las manos y los labios, aunque no la conciencia.
Y ahí estaba, olvidado, como el arpa de Bécquer, un álbum de fotos desgastado por el tiempo. Saqué una foto de su interior. Era una en la que salía yo de bebé con mi prima cogiéndome en sus brazos. Al fondo, un espejo reflejaba la luz que seguramente venía de una ventana. Y pensé que sería bastante simpático tener alguna copia por si acaso. Ya tenía algo que hacer el sábado.
Tras pasar la foto por el escáner, pensé que la tormenta lo había parado. Al poco rato, vi o creí ver algo en la pantalla del ordenador que me dejó tonto. Entre las cabezas de mi yo bebé y de mi prima, en el reflejo, se adivinaban vagamente unas letras. Tras cinco minutos embobado, vi claramente que ponía "Pronto morirás". Despertado de nuevo por un rayo que pensé yo que había caído cerca, me fui a la cocina a beber un vaso de agua. Casi se me cae el vaso al suelo cuando oí un estruendo que venía de mi habitación. Cuando vi que la habitación estaba ardiendo, llamé a los bomberos.
Tres meses después de comerme la cabeza con lo había pasado, decidí mandar la foto a un programa de temas paranormales. No, si en el fondo seguro que era una coincidencia que cayera un rayo en mi casa. Tras comprobar que el dependiente de la tienda de fotos no se había quedado churruscado digitalizando mi foto, respiré tranquilo.
A las tres semanas, vi mi foto en el programa de fenómenos extraños. A nadie le había alcanzado un rayo y todos estaban bien limpios y bien maquillados. Los presentadores y los invitados estaban muy bien. A los diez minutos de salir mi foto en el programa, se cortó la emisión repentinamente. Me fui a dormir con un regusto agridulce.
Al día siguiente, en el primer telediario de la cadena, hablaron de una tormenta que se había desatado en la Comunidad de Madrid. Ese caluroso verano era la tónica predominante: calor, tormenta y agua y más calor. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando oí que un rayo había caído en el Estudio 1 de la cadena de televisión, justo dónde estaban haciendo el programa. No había habido víctimas, pero yo estaba con la mosca detrás de la oreja.
Preferí dejar que la tierra cayera sobre aquella foto, que se olvidara para siempre. Eran ya dos coincidencias y no quise tentar a la suerte.
2 comentarios
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