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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE PINA DE EBRO pinaescribe@gmail.com

Arroz a la cubana de Julia Gallego

ARROZ A LA CUBANA

El coche de Manuel Medina no es nuevo. Cuando vienen sus hijos, una vez al mes, le recriminan.

-Papá- le dicen-éste coche ya está viejo, podrías comprarte otro más moderno de esos de última generación.

Pero él no quiere comprarse otro coche ni otro modelo. Le gusta el suyo: un Fiat Stilo, de color verde.

Piensa que nadie le entiende. A Manuel Medina le gusta su trabajo, pero hace medio año que el director de su departamento no aceptó su proyecto de construir pequeños establecimientos de comida, donde el arroz a la cubana se hiciera tan famoso como la paella de Valencia o el cochinillo asado de Segovia. Manuel Medina sabe que el quid de la cuestión reside en el antagonismo existente entre los otros asesores que forman el equipo, como él, que tienen despachos propios y se ganan la vida con negocios más turbios.

Cuando el día despunta sale a la calle para tomar un café, una magdalena y algunas tapas, un trozo de tortilla de patata los días que cenó poco, después se queda por ahí hablando con otros, hasta cinco minutos antes de que se abran las puertas de la empresa para la que trabaja.

Manuel Medina tiene sesenta años. La mujer que está sentada a su lado es la secretaria, se llama Domitila, y todavía no ha cumplido los treinta.

Domitila miró discretamente el reloj, está preocupada porque el tráfico, a esas horas, se torna más denso. Manuel notó el gesto, pero se mantuvo callado porque sabe que cuando salgan, como otras veces, se ofrecerá para llevarla de vuelta. Manuel Medina dirá:

-No te preocupes, llegaremos a tiempo.

-No estoy preocupada- responderá Domitila, mientras se ajusta el cinturón de seguridad.

Y, él, girará el coche a la derecha, hacia un camino de zahorra, dejando atrás el polígono industrial, hacia la carretera. Como de costumbre cuando el tráfico se complique, Manuel Medina acabará tomando un atajo.

-Como siempre, tu trabajo de hoy no ha sido estupendo- asevera Domitila que ha advertido la expresión seria de Manuel

Manuel Medina no contesta.

-Es una lástima que el director no sea capaz de apreciar, al detalle, tu proyecto-continua diciendo Domitila mientras se enciende un pitillo-. Si lo hiciera, nuestra empresa sería conocida en toda España. Y también engrosaría el bolsillo de los accionistas.

Manuel Medina sigue sin contestarle, aunque asiente ante la veracidad del comentario. También pensaba que sería infinitamente más apropiado que él, fuese el director del departamento. ¡Por amor de Dios! Después de todo, era él quien conseguía sacar a flote la mayoría de los proyectos. Gracias a él, la Marketin Spain se había convertido en una de las mejores empresas en el negocio de la restauración. Hasta la revista Vivir y comer lo aseguraba en un artículo.

-No te preocupes- murmura-. Y como un ciego tanteando suavemente el sitio, la mano derecha de Manuel Medina, apenas le roza la pierna.

Domitila apaga el cigarrillo y suspira, después dice juguetona:

-Buenas tardes, mi amante egoísta...

Manuel Medina se hundió en sus ojos marrones y la vio tan bonita, tan alegre y tan joven. Apartó la mirada.

-Tienes razón, estoy siendo egoísta, pero por mucho que me esfuerzo no dejo de pensar que soy un vejestorio imbécil y ridículo. Dicho con otras palabras, soy un vejestorio separado que anda por ahí exhibiéndose con una joven de la edad de mi hija.

Domitila tomó la mano que se retiraba, la besó, apretándola con fuerza contra los labios.

Manuel Medina jamás había estado tan enamorado, tan loco por una mujer como lo está de Domitila. Ya se había casado una vez y no fue muy buena la experiencia. Una cosa, sin embargo, no quita la otra.

Los sollozos estremecían el cuerpo de Domitila. Durante unos segundos Manuel Medina no dijo nada.

-Lo siento-dice Domitila, cogiendo varios pañuelos de papel-. No quería llorar.

Durante largo rato, ninguno de los dos habló. Luego Manuel Medina recordó la última vez que lo hicieron. Se lo imagina tan vivamente que incluso levanta el pie del acelerador y se pierde en un parque cercano. Cuando apagó la llave de contacto, la voz de Domitila le lleno de deseo:

-¿Quieres dictarme alguna carta?-bromea, acariciándole la nuca.

Los temores de Manuel Medina respecto a su potencia sexual desaparecieron en el acto.

-No es demasiado temprano para que nos divirtamos un poco ¿verdad?- pregunta Domitila, abalanzándose contra el cuerpo de Manuel Medina, percibiendo su excitación.

-¡No, que va!- exclama tumbándola en el asiento y empezando a arrancarle la ropa, preso de una tremenda exaltación, al comprobar hasta qué punto responde su cuerpo a las insinuaciones de Domitila.

-Vendremos aquí muchas veces. Tengo lo que quiero tener...- musita Domitila mientras la penetra.

-Sí, vendremos- murmura Manuel Medina a Domitila-, me gusta el sitio.

Pero no fue del todo sincero. Tenía miedo de que alguien pudiera verlos.

Ahora Manuel Medina cierra la ventanilla, deja fuera el rumor del viento entre los árboles, los grillos. Se ha hecho tarde. Es hora de acostarse. Mañana es sábado, y vienen sus hijos.

2 comentarios

JOSÉ MANUEL -

JULIA QUE TE ESTÁS VOLVIENDO MUY VERDEROLA. ¡EL EROTISMO AL PODER!

marisa -

me ha gustado mucho, chiqueta. A ver si me pongo yo a hacerlo, que no puedo dormir y mira qué horas son...