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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE PINA DE EBRO pinaescribe@gmail.com

Batallitas del abuelo

BATALLITAS DEL ABUELO

Finalista del II Concurso Comarcal E. Jardiel Poncela (Quinto de Ebro, principios de 2007) 

Versión 2006 Por Jaime Sanz 

¡¡¡Menudo coñazo de clase!!! El profesor es un muermo y su asignatura me aburre y me repatea. ¡Mierda!, el tío habla y habla y no se calla ni bajo el agua. Tengo una ganas locas de que llegue el recreo. No se por qué puñetas tengo que estar aquí. Ahora cualquiera puede ganarse la vida de cantante, o liándose con algún famosillo.

La campana del instituto me reanima como un electroshock.

"No os olvidéis de hacer el trabajo sobre la vida de algún familiar en la Historia Contemporánea de España. Da igual que fuera un político, un militar o un campesino; la historia cotidiana también puede valer", recuerda el profesor mientras la marabunta de alumnos huye al recreo. Lamentablemente, alcanzo a oírle. ¡Me acaba de joder el puente!

Después de comer, ordeno un poco el cuarto. Mientras echo un vistazo a las declinaciones latinas, mi madre entra en mi leonera.

-He estado hablando con la madre de Andrés. A su hijo, que va a tu clase, le han encargado hacer un trabajo sobre algún familiar en la historia.-me dice.

-Si-afirmo con desgana.

-Pues acuérdate de que tu abuelo luchó en África, creo que debe haber un diario suyo que escribió entonces.

-Luego iré a mirarlo, mamá-le digo para retrasar la tarea.

Por la noche, mientras todos duermen, me piro al trastero. Creo que allí tengo una bomba para hinchar mi balón de baloncesto. Mañana haré unos triples y algunos mates con mis amigos ¡Paso total del currelo de historia! Una vez abierta la puerta, empiezo a rebuscar entre viejas sillas de camping, viejos tarros de cristal y antiguas maletas del año la polca. De repente, al tirar de una sábana raída y amarillenta, un montón de libros aterriza en mi azotea. "¡Joder, pa´habernos matao!", grito entre ataques de tos provocados por el movimiento del polvo acumulado durante años.

Pasada la tos y el aturdimiento, recojo el estropicio. Un desgastado cuaderno llama mi atención. "Diario de guerra", pone en la perjudicada portada. Empiezo a leerlo por una página a boleo.

 

* * *

 

¡Cómo me duele la cabeza! El olor es nauseabundo. Estoy rodeado de camas con sábanas ensangrentadas, repletas de hombres que gritan y gimen de dolor. Los hay sin manos; los hay sin brazos; los hay sin manos; los hay sin piernas; los hay sin pies; incluso los hay sin brazos ni piernas. Las enfermeras de la Cruz Roja no dan abasto. El calor es asfixiante. De repente, una de ellas se sorprende de verme despierto.

-¡¡¡Doctor!!! El paciente en coma ha vuelto. ¿Cómo se encuentra?- pregunta inquieta.

-Me siento mareado-susurro débilmente en medio de tanto ruido-¿Dónde estamos, qué día es hoy?

-Se encuentra en el Hospital de Melilla. Hoy es veinte de agosto de 1925.

Tras las pertinentes observaciones del médico, alguien conduce mi camilla a otra sala, con pacientes más pacientes y en mejor estado, dentro de lo que cabe. La camilla contigua es ocupada por un mozalbete barbilampiño, herido de bala en un hombro.

Al día siguiente, me siento más despejado y con bastante hambre.

-Así que caíste en una emboscada de las cabilas hace tres meses, según me han contado-me dice espontáneamente de mañana el mozalbete.

-Yooo...-contesto dubitativamente.

-Perdona, yo soy Lorenzo-interrumpe.

-Yo no sé cómo me llamo-afirmo poniendo una cara lastimera.

¡Dios mío! ¡Estaba inmerso, formando parte de aquel horror! ¡Sabía que estaba allí, pero no por qué!¡Y no sabía quién demonios era! ¿Y si tenía mujer e hijos? ¡Me habrían dado por muerto!

Por la tarde, pido a una enfermera que traiga mis pertenencias, a lo que responde que cuando me trajeron inconsciente no llevaba nada encima. Meditabundo e intranquilo, de noche no logro conciliar el sueño.

Está amaneciendo. Veo unas construcciones de barro, habitadas por unas familias de moros. Pese a la guerra, nos sonríen y nos acogen hospitalariamente. La leche y el queso de cabra es excelente. Un niño se acerca hasta nosotros con un cuenco y se le cae al suelo.

Mis piernas tiemblan. Todo era un sueño. Ahora si que amanece de verdad. Desayuno, como y ceno pensativo. Mi compañero Lorenzo trata de consolarme. Me dice que pronto ya me acordaré de todo. Sus palabras me llenan de sospechas y desconfianza.

Me duermo. Oigo un tremendo tiro. ¡¡¡He matado a un oficial!!!

 

* * *

 

Una gotera del trastero me distrae de mi lectura. ¡Mosquis! Son las dos de la mañana. Dejo los libros en el suelo del trastero al tuntún. Cierro la puerta. El viejo cuaderno del yayo me ha tenido entretenido un buen rato.

Una vez en la cama, sueño con África. Me despierto. Me pongo a pensar. Casi no conocí a mi abuelo. Cuando el murió, aún me lo hacía en los pantalones. Ahora recuerdo unas palabras de mi madre. Hace tiempo, me contó que el abuelo fue a África porque no le quedó más remedio. Para librarse, tenía que pagar el equivalente a un año de trabajo en el campo. ¡Vaya faena! Tener que ir a tierra lejana a luchar, a matar gente; a quitar vida, en vez de dar vida a la gente con el trigo, con el pan, con el sudor de su frente. Sudando, sí, pero no sangrando.

Muy temprano, me levanto y desayuno. Mis amigos no tardan en llegar. Había quedado con ellos para jugar a baloncesto. Les digo que no he encontrado el balón. Ellos tienen otro. Alego que estoy leyendo un diario de mi abuelo. "¡Bah! Batallitas del abuelo", responden ellos. ¡Me muero de ganas de continuar la lectura!. Ahí está, sobre la mesa de mi habitación, gastado, con el lomo hecho girones, tal y como lo deje la noche anterior. Lo abro por donde me interrumpió la gotera y leo.

 

* * *

 

Abro los ojos. ¡¡¡Dios mío, he matado a un oficial!!! Oigo pisadas en la oscuridad. Alguien se abalanza sobre mi. Le golpeo. A duras penas, logro encender un quinqué. Pero no es Lorenzo. No sólo no me quiere matar, si no que se está peleando con un malcarado hombre de bigotes cuya cara me suena. Es el oficial al que mato en el sueño. En la refriega, éste apunta a mi cabeza con una pistola.

-¡¡¡Hijo de la gran puta!!! ¡¡¡Te creías que me habías matado!!!-vocifera mi superior.

Me tiro al suelo como alma que lleva al diablo cuando siento que me va a disparar. La bala rebota en una palangana metálica. Una esquirla de la bala acierta al malcarado en el corazón.

-¡¡¿¿Por qué??!!-grito al moribundo.

-¿No te acuerdas de aquel poblado? Esas putas moras no hacen más que provocar. Son todas unas zorras. Esos moros son muy mala gente, tendrían que estar todos colgados. No tendrías que haberlos defendido, soldado Pellicer.¡¡Hubieras pagado por ello!!-fueron las últimas palabras llenas de odio de mi superior, al cual este tiro si le había matado.

Ahora ya me acuerdo de todo. Cuando llegamos al poblado del que acordaba en mis sueños, todos mis compañeros querían violar a las mujeres. Yo me opuse. Mi oficial se puso muy valiente y me amenazó. Yo le apunté mientras sobaba a una mujer que se revolvía rechazándole. Tras dispararle, supongo que alguien me golpearía por la espalda, tras lo cual perdí el conocimiento.

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