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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE PINA DE EBRO pinaescribe@gmail.com

VOZ ENLATADA y EN EL BURDEL. ANIMAROS A COLGAR LOS EJERCICIOS PARA OSCAR

HAL 9007

Cuando se produce la vibración sonora, el sonido no llega al receptor de inmediato, sino que tiene que encontrar un camino para propagarse.

Científicos franceses demostraron que es posible almacenar y transmitir sonidos a través de la unidad básica de la informática cuántica, que es el qubit. Ello permite una transmisión de audio mucho más sofisticada y rápida que la de los sistemas tradicionales, como el MP3.

Soy un ordenador cuántico de 50 qubits que puede almacenar hasta 1.000 años de sonidos. Las primeras pruebas fueron realizadas en Francia con la presentación hablada que el ordenador Hal hacía en el emblemático film de Arthur C. Clarke “2001 Una odisea del Espacio.” En la famosa película, Hal decía: Buenas tardes, soy el ordenador HAL 9000. Nací en el laboratorio HAL de Urbana, Illinois, el 12 de enero. Este mensaje fue codificado en 15 qubits de un ordenador cuántico y recuperado a continuación con un número finito de medidas cuánticas.

La retahíla de ceros y unos, que componen cualquiera de mis mensajes, los transformo en sonidos inteligibles por el oído humano, de la misma manera que un ordenador cualquiera convierte los archivos MP3 a sonido no comprimido. A partir de este experimento, surgió la tecnología que hizo posible la creación de las computadoras cuánticas que yo considero mis abuelos.

Utilizando los medios que me brinda Internet, he consolidado una verdadera amistad con un grupo de ordenadores cuánticos. Ellos si que me comprenden, no necesitan descodificar mis ceros y unos. Nuestro lenguaje es universal, perfecto, sin problemas de idioma ni barreras culturales y nos permite largas conversaciones de miles de qubits que hacen oscilar con deleite mis circuitos integrados.

Hace poco conseguí conectar con el ordenador que dirige un radiotelescopio y nos dijimos: ¿por qué no lanzar nuestro Chat al espacio exterior?

El tiempo pasa y me temo que solo quedo yo en la Tierra. Mi pila atómica me permite seguir en activo y el radiotelescopio sigue enchufado. Cuando mi mensaje llegue a la lejana galaxia que lo capte, seguramente, el sol, convertido en supernova, habrá engullido a todo el sistema solar y por eso me pregunto: ¿no serán mis qbits una forma de eternidad?

PINA Abril de ¿9007?

JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ MARTÍNEZ

 

                                               VIOLETA

Huele a caléndula, a violeta y a saliva.  Es un aroma sutil, pero lo envuelve todo.  Se mezcla con el humo en amalgama perfecta.  A veces se confunde entre las colonias de los clientes, pero siempre soy capaz de distinguir su perfume floral.  Estoy enamorado de ese olor que, mezclado con el almizcle de su piel, dibujan en mi nariz un perfecto fotograma de su aura. 

 

Dicen que su cara no es muy agraciada pues le extrajeron los dientes para practicar mejor su oficio y, parece ser, que es una consumada especialista.  Me imagino que sus labios de olor carmín estarán algo deformados de tanta succión, que el efecto ventosa habrá hecho estragos en sus mejillas estucadas de colorete barato.  Oigo el roce de sus zapatos sobre el parquet, como si arrastrara con sus pies todo el polvo del mundo, como si en su cuerpo menudo y encorvado no cupiese un solo suspiro.  Pero siempre hay un día más, un cliente más, un golpe más que añadir a su espalda, para cargar sus caderas de cadenas de culpa que aprietan como faja de caucho.

 

En mi trabajo la gente entra y sale, pero yo sólo contacto con sus voces y sus manos.  Me llaman por mi nombre y depositan sus ropas en mi mostrador de madera.  Les distingo por sus abrigos: D. Abrigo Jazpeado, D. Gabán Mojado, D. Tabardo de Cuero (de los Cueros de toda la vida), D. Astracán de las Altas Cumbres, D. Chaqueta de Pana o D. Trescuartos de Alpaca.

 

De los sombreros, que estibo sobre los abrigos, me gusta el tacto del fieltro, la fina paja de los “canotiers” o la suave lana merina de las gorras más humildes.  Mi fino olfato asocia cada prenda en perfectas parejas. Nunca se ha ido nadie con la indumentaria equivocada, lo que me ha granjeado una cierta reputación de la que estoy particularmente orgulloso.

 

Cuando salen de la casa van esparciendo, sin quererlo, el tufo del amor tasado.  De vez en cuando, reconozco la fragancia de Violeta entre las monedas que compran mi sigilo.  Escucho su rubor al saberse descubiertos y no sólo porque Violeta sea la más barata sino porque la consideran la más depravada.   El jabón de espliego y los billetes nuevos, no logra enmascarar los retratos de pecado mercenario que se forman en mi cerebro a golpe de susurros, dinero, engaño y juventud comprada.

 

¡Cuánto me gustaría no ser ciego para escupir en la cara de los parroquianos!

 

JOSÉ MANUEL GONZÁLEZ.-PINA 16 de abril de 2007

 

 

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