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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE PINA DE EBRO pinaescribe@gmail.com

UN DIA CUALQUIERA, ARRATE GALLEGO

En el amanecer de cada nuevo día  pareciera renacer la esperanza, inconcreta y difusa de que las cosas mejorarán. A medida que el sol asciende hacía el cielo, se lleva ese anhelo consigo, quedando tan sólo un ansia oculta de cambiar de vida. Cada día me levanto sintiendo el mismo vacío existencial. Hoy, con el peso de mis decepciones encima, comienzo un nuevo día. Como cada mañana, -desde hace dos años- me presento con mi uniforme de color verde  esmeralda, en la puerta del Museo de Ciencias Naturales:

-Hola soy Domitila, y seré su guía.

Un día tras otro, explico  y enseño las excelencias de todo lo expuesto en nuestras galerías. Recorriendo espaciosos pasillos en  penumbra, como mi espíritu, sonrío a los grupos de personas que acuden a visitar la muestra, con desigual interés en mis palabras, quedando a veces suspendidas en el aire prolongándose con el eco breves instantes más.

A la hora del almuerzo, como es ya Primavera, me acerco al parque de enfrente, a comer un bocadillo. Me siento en un banco al borde de la vereda principal, desde dónde observo pasar a la gente, albergando la esperanza de encontrar algo, o alguien, que de sentido a lo que hago. A veces juego a imaginar las huellas que la vida deja en sus rostros. Sueño sus vidas carentes de rutina rebosantes de éxtasis, pasión, arrebatos de locura que les hagan perder momentáneamente la cabeza alcanzado la cima de la felicidad. Buscando siquiera un atisbo de emoción  que contagiarme.

Regreso a mi puesto de trabajo, con la cabeza llena de fantasías y vacío el corazón, de una realidad tangible que me hagas estremecer. Intento mantener interesados a unos escolares en los nuevos fósiles que nos han traído, aunque se que están más interesados en desmontarlos que en observarlos.

Terminada la jornada vuelvo a casa, el Fiat estilo de Jose - el inseparable amigo de Carlos, mi marido- , está aparcado junto a la entrada. Hoy cenaremos tres, no importa, no se quedarán mucho rato. Cuando entro, los dos me saludan afectuosos: se levantan del sofá y me besan en la mejilla. A simple vista no sería fácil distinguir cual de los dos es mi marido. Carlos siempre ha sido: correcto, distante, celoso guardián de su individualidad, gran amigo. De hecho creo que es mejor amigo que cualquier otra cosa, o que solo es eso, como Jose.

En la cocina hay preparado arroz a la cubana, ellos ya han cenado, esta semana tienen turno de noche y se van pronto. Carlos siempre dice que es el mejor turno, porque así pueden dormir por la mañana, y aún les queda toda la tarde libre para entretenerse en su actividad favorita: tirarse al sofá a devorar comida, mientras ven películas de cine. Entonces se convierten en críticos de cine aficionados, que basan sus críticas, más en visiones subjetivas, manipuladas por la campaña más o menos feroz de la prensa, que en un conocimiento cabal del mundo del cine.

Ceno sola, mientras leo un artículo en una revista de historia, después de haberles despedido con una sonrisa,  pero esta se me cae cuando les pierdo de vista y siento el frío de la soledad que me llega hasta adentro.

Sentada en la cama, en el lado izquierdo, frente al espejo de la cómoda me miro a los ojos. Confieso que este es el mejor momento del día: la hora de acostarme. Deslizo entonces mis piernas entre las sábanas  frescas y escucho el sonido del algodón rozando y envolviendo mi piel. Inmóvil, mirando al techo percibo cómo la inconsciencia me invade, y dejo de sentir, de oír, de ver: soy feliz. A mi mente viene aquel poema:

“Dormir es sumergirse

en las profundas aguas

de la inconsciencia

y navegar sin rumbo

hacia la oscuridad.”

                                                                                                                      

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