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Alas de papel

 

Alas de papel

                                      (Al maestro. A Manuel Vilas)

                                                                           Julia Gallego Pérez

Ven mi joven poeta, espectador sin márgenes ni marginaciones, y llégate hasta la mágica hora de mi noche impúdica. Y siéntate. No a cualesquiera de mis costados no; si no de frente, como se  contempla el horizonte y la hoguera llameante. Ahora estoy desnuda. Una mujer mediocre expuesta, mostrada, descubierta. El alma herida y el tiempo vagando por el cuerpo es lo que verán tus ojos de voyeur y tus oídos de tísico. Y verás meter la vida del pobre imitador de juglar en un folio. Voy y vengo, ahora, con mis heridas de mujer adulta abiertas, entre la inercia de toda tu actividad, ante tu discreto encantamiento. Un sillón negro de cuero sintético no tiene mucho que ver, tan solo es un hueco donde posar lo corporal. Para la conformación de nuevos fragmentos de existencia me es precisa la ventana indiscreta de la noche. Y es, ahí, en el ardiente paso de la anochecida y bajo el clamor de los ánimos desbocados, fuera ya de los largos mutismos de la monotonía y la reiteración, de los rugidos delirantes del suicidio colectivo,  donde la inmensidad oceánica de la literatura se despliega ante la penumbra gris y amarga de mi otoño. Observa lo que hay. Siente cómo emergen las palabras. Cómo respiran. Cómo me inundan los ojos. Cómo tiemblan. Son como brotes tiernos y jugosos de una primavera cálida. Un misterio en marcha que comienza. ¿Qué soy, en este momento, quién soy? Soy el cuerpo que ya comienza a no ser. Ya no soy mi inseguridad ni mi silencio. No soy ya mi resignación. Ni mi dolor. Ni mi muerte. La mujer invisible que duerme en la conformidad y es cobarde está agonizando. Ahora pues, te ruego que retornes. El lugar de la gloria literaria te espera. ¿No escuchas como las mariposas de la inspiración despliegan sus alas?  Hasta mis sentidos llega el suave murmullo de su aleteo. Cuándo llegues a ellas, en la suavidad silenciosa y grande de su infinito, háblales de la insignificancia del insecto, de la crisálida inmutable que no alcanzará su metamorfosis, que no verá crecer nunca sus alas. Muéstrales la fronda espinosa de su particularidad. Ella, mi otro yo, mientras, chupará la sangre azul para calmar su sed. Y fabricará un par de alas  de papel. Nada más.

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